martes, 30 de octubre de 2018

es único el cuerpo

(de Mónica Candia)


Una vez más
recorre rincones
perdida mira el cielo
busca miradas
lo toma, lo balancea, lo llora
golpea y cae.
Dolor más dolor suena

*

Desnuda, toma los sonidos con movimientos
suelta
junto al momento de duelo abraza
cada tecla
cada extremidad

*

Pasos y corridas
agitan la respiración una vida
diferentes ruidos
mira a su alrededor
sin que nadie lo note
aprovecha para quebrar
y matar al corazón

*

Es único y suena
un cuerpo que ya no es
tan tocado
un cuerpo que vuela y se aleja
toma distancia de las manos
de los pianistas
baila y recorre el salón
de lejos
todas las miradas van
ahora sí es el gran momento
del baile sin manos ni pies
es único el cuerpo










sábado, 29 de septiembre de 2018

Castillo de naipes


(de Eli Jour)



Después de la fascinación
arremete la caída

sortear las olas del abismo
confunde nuestras pupilas

el aburrimiento
es un atentado a la seguridad,
su insistencia
se alimenta de lo perdido
en los espacios que habitan
los suspiros ahogados

*

falta
el punto final,
la caída permanente
sobre un campo de alfileres

*

Aunque intentes amarrarlo
se desgrana,
el silencio es
el alarido que llena la noche
hilando las notas musicales
que se desvanecen en el vacío


                       





Llegar tarde

(De Eli Jour)


Llegar tarde
por estar anticipada

siempre

las agujas del reloj
giran en torno
a esa paradoja

sumergida en un mar
de aburrimiento
y decepción

permanezco

congelada
en el resquicio
de una sonrisa
sin sentido.



jueves, 9 de agosto de 2018

Tiempo


(De Fernando Antón)



Suele suceder que hay personas que parecen ir a otro ritmo. Se las ve por las calles, en las oficinas, en el transporte público. No se sabe bien por qué, pero en cuanto los miramos notamos que el tiempo alrededor de ellos transcurre de otra forma. Mientras nosotros nos adaptamos al ritmo que nos impone, el tiempo se adapta al ritmo de estas personas, es desarticulado y rearmado como los juegos con ladrillos en la infancia. ¿Hay relación entre la edad y el sentir del paso del tiempo?

Hay que tener un poder de observación un poco más profundo que la media. Hay que saber mirar, eso si. Pero la recompensa que dan estos seres, el placer visual, obra como un aliciente para aguzar la mirada, para entrecerrar los ojos atentos a la espera del momento indicado. Al mirar vemos una foto del pasado. El ensayo fotográfico es uno de los intentos por captar y recrear lo que escapa a nuestros ojos. Lo que miramos es lo que pasó segundos o millones de años antes. La luz de las estrellas que vemos todas las noches viaja por el espacio, pero muchas de esas estrellas dejaron de existir mientras su luz transita el cosmos hasta los ojos de quienes las miran. Estrellas distantes que buscan en vano recuperar el tiempo perdido.

Dicen que a través de los cálculos de la física teórica el tiempo puede ser doblado, estirado, cruzado de manera diagonal. El tiempo no está disociado del espacio, ni de la palabra. Existen tiempos que marcan distancias, tiempos verbales que hablan del pasado, relojes biológicos, llamadas a tiempo, encuentros a destiempo, tiempo de exposición y de descuento. Quizás hasta la palabra tempestad tenga que ver con eso.

Hay algo que es difícil de entender, pero una vez que se comprende hace las cosas más fáciles. Todas las interpretaciones se hacen hacia atrás, todo se conoce una vez que finalizó. Ningún paisaje se repite mirando hacia atrás por la ventanilla del tren.






Todo lo sólido se desvanece en el aire

(De Fernando Antón)


Todo lo sólido se desvanece en el aire. Cuando Marx pensó la frase imaginó la disolución de las viejas estructuras del orden feudal. Un día todo se desvaneció. Desapareció con la liquidez con la que todo termina. 

En dos semanas estaba buscando casa. Seguimos viviendo juntos pero solo coincidíamos en el desayuno. El peor momento fue cuando volviste del casamiento. Estabas contenta, borracha y te fuiste a bañar. Yo me había pasado la noche sin dormir y pude sentir algo parecido al odio mientras se te caían las cosas y te reías de algo que nunca te pregunté. Cuando te acostaste me hice el dormido. Nunca hablamos de eso. 

Pensando bien las cosas, creo que fue lo mejor que nos pasó. No perduramos rememorando el tiempo en el que nos queríamos. Nos dejamos de querer, vos te diste cuenta primero; lo aceptaste primero. A mi me costó más, varios meses. Ofrecí resistencia, lloré por algo que vos ya tenías definido. Nos dejamos de querer y terminamos todo. 

Nos vimos varias veces después. Buscábamos el calor en cuerpos que ya estaban fríos. Nuestro invierno fue terrible y duró varios meses. Nos veíamos, arreglábamos nuestras cosas, la distribución de objetos, la separación de bienes. Hubo un café, en el bar de la Calle 32. Ahí me di cuenta, ahí te dije que me iba, que iba a viajar y que no sabía cuando iba a volver. En ese momento no dijiste nada, diste un sorbo a tu taza de café con leche y miraste por hacia afuera. Pasaban unos perros y te concentraste en eso. No me diste un beso, me abrazaste y yo me quedé parado mirando como caminabas.

Luego volví. Te volví a escribir pero no nos vimos más. Nunca me contestaste. Me quedaron tus cucharas y tus vasos, que fui perdiendo o se fueron rompiendo en cada fiesta  o en cada mudanza  Siempre me gustaron tus vasos con pecas de colores. 

Ahora llueve y ladran unos perros. Me acuerdo de esa tarde tomando mate en el balcón, me dijiste que te aburría Marx y me diste un beso. 



¿qué esperás encontrar una vez que hayas acabado con todo...

(De Paula Man)

¿qué esperás encontrar una vez
que hayas acabado con todo
lo que existe?
            ¿qué presencia
calmará tu sed?
            ¿qué le dirás
a los árboles muertos?
¿qué correrá
por tus venas cuando el viento
exhale 
            el último suspiro?


Alcanzaste la cima.
Derribaste los ídolos.


Corrés hace siglos
            y no hay paz.


y lo sabés:

tampoco habrá paz


            cuando a tus pasos los borre el silencio






Nosotros

(De Paula Man)


nosotros

que supimos cantar
y correr
con el río

que aguardamos tantas veces
la mañana
con ojos de monte

            nosotros

que supimos escondernos del mundo
dormidos
bajo las piedras

hoy

       nosotros

                 nos miramos

       en los espejos helados
                                           
           
        y no sentimos
                    absolutamente nada.




bailamos

(De Paula Man)



bailamos porque hay guerra en nuestro corazón

bailamos con la luna
por los muertos,
por las noches inquietas.

movemos los brazos llenos de ira

bailamos y gritamos
con voces mudas y terribles.

sube la temperatura
cuando bailamos

arden
las pieles
y las gargantas.

bailamos en círculos
abrazados,
desesperados

nos agarramos del ritmo
como si fuera
lo único que nos queda
           
                        - y lo es.


Poema sin nombre

(De Paula Man)
                             A un ser amado

Abrís los ojos
Y estás viva
y no sabés quién sos
De quién es ese dolor
en la pierna
De quién
las carnes flácidas
que cuelgan de la cama
que se toman de las sábanas
(blancos retazos de certeza)

Si alguien más pudiera conocer
el terror de desconocerse
en el espejo
El vacío de la frontera
entre este mundo y el otro.


Pidiendo la palabra

(De Sergio Schvening)


"Pero al cabo de los siglos los hombres advirtieron que 
entre las cosas y sus nombres se abría un abismo. 
(...) Mas las palabras son rebeldes a la definición. 
Y todavía no cesa la batalla entre la ciencia y el lenguaje." 

Octavio Paz, El arco y la lira. 

1.
 CREACIONES. PALABRAS Y DIBUJOS
Tiramos las bicicletas sobre el pasto y nos acomodamos mientras mirábamos lo indescriptible del lago. Quique, tenía una habilidad sorprendente para memorizar frases, aunque que muchas veces llevaban al hastío. Buscó de la mochila su cuaderno para escribir, mientras yo sacaba el mío para dibujar. Notamos tener una postura similar. Mientras yo intentaba dominar el pulso a la hora de realizar un trazo -pues prefiero las definidas a las líneas peludas-, él, solía parafrasear a otro tipo, diciendo que «es inútil intentar escribir a menos que se sientan fuertes las rodillas.». Evocaba el valor de la postura hecho dogma. Cada cual en silencio -¿qué somos sin el silencio?- intentaba darle cuerpo a esa cosa que veíamos usando distintos lenguajes -y, ¿qué somos sin el lenguaje?-. Cada trazo que daba era una pala que sepultaba infinitas posibilidades, y, claro, delineaba un espacio contingente para otras tantas. Sin embargo no me perturbaba el miedo a decidir: lo que sentimos, de algún modo, nos justifica. Nos salva… no sé de qué, de la vergüenza de estar en este mundo quizás. Fingir que algo de nosotros no va a morir, es decir, hacer perdurar un algo de nosotros, es justificar nuestro raciocinio y librarnos un poquito, casi nada, de la muerte. Saber de antemano este absurdo nos vuelve irónicos: jugamos y pensamos con estos artificios (las palabras, la música, las danzas, entre otras formas de lenguajes) sólo para pasar el tiempo. Por ello, evitamos repetir la realidad, sino que mentimos lo más honestamente posible. Es, en definitiva, lo que le exigimos al arte, es que nos dé algo nuevo para que nos pueda transformar, que impulse nuestro pensamiento. Esa es su belleza. Había notado que Quique dejó de escribir hace largo rato. Pispeo su cuaderno y reconozco un poema de Roberto Juarroz en el centro de una hoja completamente en blanco: El mundo es un llamado desnudo, una voz y no un nombre, una voz con su propio eco a cuestas. Te jodieron, pichón. No hay.



Foley

(De Sergio Schvening)


Aquí, también, el aire es enorme
Caen
sonidos
     sobre
sonidos,
            silencios
                       sobre
            silencios

Caen melodías
sin conocer
quedaron.
La obra -fuerza sucesiva de vacíos
que sólo pide ser.

            Pide no temer vacíos.

Un universo de sonidos.
Un universo de sonidos en donde el chirriar de agua en la hornalla es un lento viento paseando por un campo de lavanda, o donde el crujir de hebras quemadas de tabaco alicorado, una gramilla seca pisada en mitad de la noche; el tintinear del atrapasueños del zaguán el más transcendente enfrentamiento bélico.
Cerrando los ojos. Así había comenzado su juego -como se originan los de tantos. Raquel cerraba los ojos y hacía magia, o tal vez, simplemente, podría decirse, suspiraba. La facilidad que tienen aquellos de alma simple. Simplicidad que viene de un carácter bello, libre, sabiendo que todo cambio puede ocurrir.
Se desliza la belleza con rumbo firme,
Caminos serendípicos.
Se deshacen en espirales,
volutas pentatónicas.
Alimentada de sonidos coloridos y vidas pasadas, ese talento de lograr crear sensaciones mediante soniditos y tamborileos. Y sólo apretando sus ojos.
Su sistema de ritmos musicales coqueteaban con gamas cromáticas de la naturaleza. Captando la pureza del sonido natural que fuese, y poder adicionar armoniosamente otros, hallando cuidadosamente sus faltas, sus insuficiencias, y así, limpiarlo, tal vez, con otro mínimo sonido. Así hablaba con el mundo, así se conectaba con todo aquello que la rodeaba. Ella sabía que los sonidos pueden tener otra correspondencia. ¿Por qué el sonido de unas cadenas tienen el tono que tiene? ¿Cómo opera la esclavitud en el mundo de los sonidos?
El momento cúlmine de esta costumbre desemboca en una sensación inigualable, en un instante de éxtasis, que llega como respuesta a una pregunta que no se quiere poseer ni mantener. Un estallido de sentidos que carcome la densidad del aire. La sensación de sentir lo nunca antes sentido, escuchar lo nunca antes oído. Se produce la música. Un encuentro real con la música real. Se invierten los términos: ya no es ella quien oye la música, sino la música a ella. Se crea una metamorfosis sonora: la música logra habitarla. Ella goza, goza por descubrir que es su propia musa. Captarla sí, retenerla no. Disfrutarla el pequeño tiempo que se pueda, aquel instante que pase delante de ella, pues suele disiparse ante la mínima distracción, y destruir el efecto deseado.
Esa tarde la lluvia rebotaba en tresillos contra el vidrio de su ventana, y la música de esas gotas, finalmente, penetraron su alma, pero por su propia elegancia. La nostalgia de las gotas dejaban ver que el vacío puede ser habitable y seguir siendo vacío. No las pensó matemáticamente, sino, como geologías musicales, laberintos artísticos. Pensó también que
si crear significa vivir dos veces,
recrear serían, por lo tanto, tres veces. Cinco. Ocho.

Trece Veintiuno

domingo, 29 de julio de 2018

Cambalache: Espacialidad

(De Sergio Schvening)

Si es que hay un historia, es, esencialmente, simple.
Como carpas indestructibles hechas con sábanas,
como baldíos con tallos de agua limpia,
como llanto florecido de un silencio lancinante.

Aunque esas sensaciones sólo resulten sostenibles en la mente,
no puedo jurar que sea todo ilusión.

Con frecuencia los rastros de mi niñez me visitan. Por ejemplo acá, ahora, en este auto, mientras un gorro cubre mis ojos por diez minutos, en un apremiado descanso -después de haber atravesado toda la ciudad de Buenos Aires en una hora cuarenta-, la calle y su pronunciada pendiente me conduce inevitablemente al revolcón metafísico. Como con un salto logro habitar, sereno, un espacio con eco. Sin tiempos: el inimaginado salto atemporal del espacio. Soy el cuello del reloj de arena, los granos del futuro me atraviesan. Capturando fracciones de viejos presentes, o mejor dicho, viviendo un continuo y creciente pasado: puro transcurrir.

La quietud comienza a pesar sobre la butaca. Las puertas del vehículo comienzan a alejarse. Las dimensiones de todo, todo, lo que está a mi alcance, comienza a apartase de mí. Me lleno de vértigo. Me mareo. Me… No comprendo si lo que ocurre pasa por dentro o por fuera de mí. No comprendo, en verdad, en dónde termino yo y donde arranca el mundo. Esa barrera del adentro y del afuera deja de ser del todo clara. Mi adentro intenta escapar como
una nube,                   ¿y en busca de qué?
Comienzo a tener certezas del movimiento absoluto: es como si un punto extremadamente diminuto, ajeno -de esta masa de un metro ochenta y seis-, pueda quedarse en completa quietud, una especie de baricentro del universo que sabe que todo se mueve, que todo cambia menos él. Un átomo pensante. Encarcelado. Agotado. Aburrido.
Sin que crujan los huesos -sin, si quiera, escuchar un solo sonido exterior, ¿O interior? me aturdo- percibo mi cuerpo procurar varias direcciones superando los límites convencionales de elasticidad. La punta de mis dedos comienzan a alargarse. Se van. El universo se expande, o el átomo se contrae, es lo mismo. Mejor dicho: relativo.
Desconfío. Desconfío de que esas rodillas que rozan -cualquier objeto del auto- sean mías.
¿Acaso las sombras huyen?


Pasan los minutos. Cuerpo y el átomo se armonizan. Nos reconciliamos. El vértigo se va. Abro los ojos, y el portero me abre para que fiche.


contemplo

(De Paula Man)

contemplo
sin alegría ni tristeza
el árbol de tronco vivo
la madera venosa

una hormiga - muchas patas
y un cuerpo diminuto-
 camina junto a cientos de otras

la raíz
con sus muchos y errantes brazos
se hunde en la tierra

sin prisa,

como todo lo que verdaderamente es.

el tronco se eleva recto,
perfecto

las ramas se tuercen
en extrañas formas

y sin motivo.

yo sólo contemplo

vivo como el árbol
crezco como el árbol

sin motivos y sin prisa
            [hacia el cielo y hacia la tierra.



jueves, 28 de junio de 2018

Desplazamientos

(De Fernando Antón)

No se sabe muy que es lo que mantiene unido al universo en su constante expansión, porque a la vez que crece hacia afuera, también crece su fuerza hacia el centro. Hay quienes piensan que es un movimiento de expansión y contracción constante, pero no un equilibrio. Lo mismo que con las mareas en la tierra. Me es inevitable pensar en las relaciones o en las personas que nos gustan, ¿Qué expande ese deseo? ¿Qué lo contrae?
Johannes Kepler nació en 1571 y las observaciones que hizo del cielo, del movimiento de los planetas, fueron fundamentales para la creación de la ley que rige el movimiento de los mismos alrededor del sol. Una historia no del todo chequeada le asigna a Kepler un rasgo poético y también carga su descubrimiento de esa neblina que supone el amor y su contracara.
Kepler llega a Praga en el 1600, luego de que un decreto expulsara a los protestantes de Alemania. En Praga comienza a sistematizar y dar forma a sus observaciones. Según se comenta las primeras observaciones del cielo nocturno las hizo durante largas caminatas por la ciudad. Lo imagino caminando sobre los puentes, mientras el calor de la respiración se dibujaba en el aire frío. Supongo el ruido de los zapatos al golpear contra las calles de piedra mientras la mirada atenta se posaba sobe las estrellas. Caminaba con pasos sin rumbo mirando el cielo, ambas manos guardadas en los bolsillos. El ladrido de los perros lo mantenía unido a la realidad mientras que divagaba fórmulas matemáticas. Por las noches, luego de cenar, Kepler iba al parque y se tumbaba en el pasto. Las noches de claridad veía las estrellas y la luna y memorizaba sus posiciones, que con el tiempo notó cambiantes pero con un patrón que se repetía. Durante el día trabajaba en darle teoría y carácter científico a sus observaciones. Intentaba poder armar un modelo matemático que explicara el patrón del comportamiento de los astros en sus órbitas. Un día, como los hombres que miran al cielo en vez de mirar sus pies, Kepler descubrió lo que buscaba. “¿Si los planetas son lugares imperfectos, ¿por qué no han de serlo las órbitas de los mismos?”
La parte poética del relato sobre el descubrimiento tiene que ver con el motivo de las caminatas nocturnas. Kepler estaba dejando ir el amor por su esposa. Estaba en camino de conocer a la mujer con la que se casaría en 1606. ¿Quién sabe si no la conoció en alguna de sus caminatas? ¿Quién sabe si no rozaron sus miradas cuando distraídamente miraban hacia el cielo?. Kepler era profundamente religioso, de hecho, pensó que en sus descubrimientos había encontrado a Dios en la astronomía. La separación o la muerte del amor debió ser un hecho profundamente traumático. Kepler no podía dormir, y por eso salía a caminar todas las noches.
La repetición de sus caminatas y sus encierros diurnos hicieron que gran parte de la sociedad de Praga lo tomara por loco. En sus últimos años de vida, desacreditado, había comentado que “las mareas venían motivadas por una atracción que la luna ejercía sobre los mares”. Se atribuyó a su demencia la afirmación que sería siglos después comprobada y que hoy es algo que se explica en las escuelas primarias.
En 1604 vió una supernova por primera vez. Aventuró que el universo no era estático sino que estaba en constante cambio y expansión, lo que era revolucionario para esa época. Ninguna supernova posterior ha sido observada dentro de nuestra propia galaxia.
Las leyes de Kepler permiten entender hoy el movimiento de todos los planetas. La unificación de las 3 leyes principales la denominó Ley Armónica. Algunos de sus libros tienen nombres hermosos como: El sueño o La astronomía de la luna, Strena, sobre el copo de nieve hexagonal, La nueva estrella en el pie de Ophiuchus, El misterio cósmico, y La armonía del mundo.
Quizás todo hay sido posible por un amor que lo invitaba a caminar de noche.


Pueblo Liebig

(De Fernando Antón)


Al costado del río el agua forma una línea divisoria entre la arena y los árboles. Puede verse por el color oscuro que deja y que separa el límite de lo que alcanza. Caminar por encima de ese límite presupone que uno va a estar al resguardo de la humedad, pero no siempre es así. La cercanía con el río impregna todo de su aura, como en Sudeste.
Mas allá del club de pescadores hay un bosque de eucaliptos, de esos artificiales, no autóctonos. El eucalipto es uno de los árboles elegidos para la reforestación por el rápido crecimiento. Algunas tardes cuando el viento sopla a intervalos desde el este o el oeste, al aire se carga de olor a río, tan lleno de gusto a barro, y del aroma de los eucaliptos. El pueblo está entre la ruta, el río y los arboles.
Mientras camino por el pueblo voy viendo las casas. Todas construidas iguales, lo que quedó de un viejo frigorífico y de esa idea de que las empresas tenían que asegurar las condiciones de vida de los trabajadores. El monumento central del pueblo, ahí donde en el noventa por ciento de los pueblos argentinos están Roca, Sarmiento o San Martín, es una lata del corned beef que producía el frigorífico.
En algún momento de la caminata me pregunto cuán peligroso puede ser crecer hacia afuera, plantear la existencia en condicionantes externos que, como la demanda de carne enlatada, puede desaparecer y terminar con la vida de un pueblo entero. ¿Adonde habrá ido toda esa gente? ¿Como seguir la vida sin trabajo y sin pueblo? Imagino a alguien llegando a su casa con la noticia del cierre y comentarlo a la familia. Imagino la incomodidad de pensar que va a estar todo bien y que de alguna manera se va a poder salir adelante, aún cuando en lo profundo todos, tanto el despedido como su familia, saben que no.
Me quedo a pasar la noche en la casa que una vecina alquila “para turismo”, porque en el club de pescadores hubo una crecida y las cabañas quedaron parcialmente inundadas. La casas tienen todas un frente común y una puerta tipo arco por la que se entra a cada casa. A la izquierda una, a la derecha la otra. Después, todas las casas comparten el mismo patio, que desemboca en la calle de atrás. En donde me quedo hay lugar para ocho personas, tiene una parrilla abajo de un techo cuyas columnas son tapadas por las ramas de una parra que decora el patio. No hace frío, y está ideal para prender el fuego y tirar algún pedazo de carne a la parrilla.
No hay internet. Tampoco es necesario estar conectado. El tiempo, esa noche, deviene lento, casi imperturbable. Ese transcurrir tranquilo y primigenio se emparenta con el arder del carbón y las chispas y estallidos que produce al entrar en calor y consumirse. Compro vino, queso, un corte de carne barato y pan, también el diario y fósforos en una despensa que vende absolutamente de todo. Me siento a dejar pasar el tiempo mientras el fuego arde.
Hay un busto en homenaje a Perón. El busto no se parece a Perón, pero dice que es en homenaje al 17 de octubre. También una iglesia muy chica, pero linda, de esas que hacen sentir lo humilde de la creencia en algo superior. La iglesia está enfrente de donde crecen silvestres varios girasoles, todos muy amarillos y con el centro lleno de semillas y claramente orientados en dirección al sol.
Como todo lugar está mediado y separado por un corte de clase. El barrio inglés, llamado así porque era donde vivían los altos directivos del frigorífico, tiene casas inmensas, muchas similares a las casonas inglesas que se ven en las películas en medio de los prados de Devonshire o Yorkshire o cualquiershire. En ese barrio que tiene nombres de calles como Evans y Smith hay además un hotel. El hotel de hoy fue un su momento un casino y, estimo, también un prostíbulo. Además hay un museo de animales disecados que esta cerrado en el momento en que quiero ir a visitarlo. Quiero ir porque, dicen, tiene una de las mayores colecciones de mariposas catalogadas y me da curiosidad. En ese momento me acuerdo de Nabokov cazando mariposas en Ginebra y se me cruza la pregunta de por qué la curiosidad funciona como un motor tan poderoso. En mi caso, sentir curiosidad por alguien es casi lo mismo que sentir amor. No hay lo uno sin lo otro. ¿Será que el amor es posible en la medida en la que desconozcamos algo del otro?
Voy a sentarme a unas escaleras que comienzan -o terminan- bajando desde una calle al río. Como hay crecida no puedo bajar mucho pero supongo que era un muelle improvisado. Hay un perro negro apoyado en el suelo pero con las patas de adelante erguidas. El perro mira al río, me siente llegar, me mira y sigue mirando el río. Es una imagen como la tapa del libro de Mario Levrero El Discurso Vacío. Perro y yo nos quedamos mirando pasar el agua un buen rato. Después me digo a mí mismo que ya es suficiente sosiego, acaricio a Perro y me voy. Mientras vuelvo a la casa para después volver al auto y después volver a Buenos Aires voy rumiando el comienzo del libro de Levrero:

Aquello que hay en mí, que no soy yo, y que busco.
Aquello que hay en mi, y que a veces pienso que
también soy yo, y no encuentro.
Aquello que aparece porque sí, brilla un instante y luego
se va por años
y años.
Aquello que yo también olvido.
Aquello
próximo al amor, que no es exactamente amor;
que podría confundirse con la libertad,
con la verdad
con la absoluta identidad del ser
-y que no puede, sin embargo, ser contenido en palabras
pensado en conceptos
no puede ser siquiera recordado como es.





Báltico

(De Fernando Antón)


Hace frío y nieva. En el horizonte solo pueden verse los copos caer, algunos árboles y la ruta que va cubriéndose de a poco. Dentro del auto se está bien. La calefacción prendida, Pearl Jam, y la charla amena sirven para mitigar la distancia y las horas viajadas. Se quieren. No llevan mucho tiempo queriéndose pero cada uno siente que está a punto de decir el primer “te amo”. Sí llevan mucho tiempo conociéndose, lo que supone en un principio que hay cierto margen de elección en el sentimiento tan fugaz y particular del amor.
Cada tanto paran a cargar agua caliente. Es difícil conseguir dispensers en Suecia pero se las arreglan con el agua casi hirviendo de la máquina de café o gracias a la buena voluntad de algunos suecos, inmigrantes o turistas que saben qué es un mate. Ser argentino en Europa es tener que explicar el mate. No tanto en los lugares más habituales. En España o en Italia no se hace presente la sensación de ser observado y escrutado. En otros países es bien distinto. En Portugal les habían dicho que “ahora la policía no estaba parando para preguntar” porque ya sabían lo que el mate era.
Lo interesante de los viajes es que comienzan pero no se sabe cuándo terminan. Pensaban eso. Decidieron irse a probar suerte porque acá los estaba corriendo el desempleo y la crisis económica. Desempleo y crisis económica. Palabras siempre presentes en toda crónica de argentinos en fuga. Ella decía que ser argentino es estar siempre huyendo de algo. Ella siempre huía. A él le gustaban los lugares cómodos, el abrazo a la noche en la cama, el conteo de los lunares. Podía quedarse a vivir en esos momentos.
Una excusa. Una beca para estudiar un cuatrimestre afuera los empujó. Él escribía crónicas que luego freelanceaba. Ella era camarera, cuidaba chicos, sacaba fotos, escribía. Así habían alquilado un auto en Suecia, mientras la E65 se cubría cada vez más de nieve.
Se reían mientras discutían teorías sobre la extinción de los dinosaurios. Glaciación, catástrofe climática, impacto de meteoritos, aliens, cualquiera de las alternativas fueron sopesadas y discutidas. Notaron que no había pájaros. Se preguntaron a dónde iban los pájaros suecos cuando llegaba el invierno. Luego recordaron que hay mayor similitud y compatibilidad entre las aves modernas y los dinosaurios. Hablaron de Saer, de Bolaño, de Houllebecq. Ella defendía Las Partículas Elementales por sobre El Mapa y el Territorio. Él Sumisión. Tenían ahí un punto de diferencia entre tanta similitud y afinidades electivas.
-Todo está en Las Partículas Elementales. ¿Habiendo tantos mundos, por qué solo explorar uno solo?- decía ella y eso lo fascinaba. Sintió amor la vez que la escucho decir que las coincidencias aparecen para abrir mundos, que funcionan para que haya algo nuevo a lo que prestarle atención. A partir de ese momento prestó más atención y la empezó a verla. Notó la manera de caminar, escuchó su risa, sintió su cercanía aun cuando no podían estar juntos. De una lectura de Wole Soyinka extrajo su frase de cabecera: moverse es estar en contacto con los dioses. Leyó eso el mismo día que la conoció.
Muchas veces ella se llevaba cosas suyas. Lo hacía cada vez que se retiraba, que huía. Así eran sus embestidas, como un oleaje. Tuvieron que aprender a ceder y esperar la calma, al igual que los marineros de esos pueblos pesqueros del Cantábrico. Quizás en ese desgaste, en la erosión fueron dándose la forma que hoy tienen. Hay una diferencia vital entre arriesgarse y ponerse en riesgo, entre elegir por qué cosas luchar, y por cuáles no, cuáles decisiones o caminos expresan deseo y valor, y cuáles hablan del miedo y la huida. En ese camino se quedaron con la primera variante, con decisiones que hablan del querer, de sus intenciones.
La ruta helada les permitía afrontar juntos momentos de soledad. Instantes en los que en silencio miraban hacia afuera del auto y se perdían en el paisaje nevado. Los esperaba el Báltico, luego de pasar por Ystad, por los lugares donde transcurrían las novelas de Henning Mankell, donde la Suecia idílica se convertía en real. El fin del camino.


martes, 26 de junio de 2018

No querer hablar. No entender nada


(De Rosario Iniesta)

No querer hablar. No entender nada. No querer mirar a nadie. Estar sola rodeada de ruido. Dormir. Ojalá pudiera. Aunque haya cansancio infinito es empresa imposible. La cabeza no quiere parar. Y yo no tengo poder de decisión frente a eso. Soy víctima de mi propia imposibilidad y angustia. No encuentro salida, aún pensándolo de mil maneras y tomar la decisión incorrecta sabiendo el resultado: el desafío de ser infeliz. De querer serlo. O quizá de nunca haber conocido otra cosa y aferrarse a lo que da un poco de calor. Lo cual, dentro de todo, no está tan mal. 

En esta reflexión reivindico lo mismo que critico: no quiero hablar de mí, no soy ese tipo de persona. Es posible que me haya convertido en mi madre (chocolate por la noticia). Siempre vivo queriéndome despegar de eso y la realidad es que no reniego de lo que es. Estoy en desacuerdo con su manera de expresarse, de nunca decidir nada bueno, de no valorarse, de dar por sentado cosas que no dan. Pero me veo obligada a aclarar que la quiero porque no sé si la gente me cree.

Los médicos le echan la culpa de todo al estrés. Sí, estoy estresada. Sí, voy a terapia. Sí, estoy mejor. Hago pilates, stretching, me tomo mi tiempo para arreglarme antes de ir al trabajo que está carcomiendo mi salud mental. Me pinto los labios. Me delineo los ojos. Me me me me me me. Pongo todo mi esfuerzo por desarrollar aquellas tareas que pasé mucho tiempo aprendiendo en la facultad (expectativa-realidad). Lo que no te dicen es que lo único que importa es cultivar la paciencia, la calma, tan escasas ellas. Cuando quieras hacer bien tu trabajo te van a retar (retar es a los chicos). Cuando lo hagas a medias, fruto del agotamiento y el resquebrajamiento de las mismas charlas burocráticas e inverosímiles, a nadie le va a importar. No importan tus capacidades. No tenés derecho a ser valorado. 

Caigo en una camilla. Cierro los ojos. Me entrego a la osteopatía. De a poco siento cómo pierdo control de mi propio cuerpo. Se cae el brazo, se cae. No me importa. Nunca fui tan feliz.




Blog del taller de lectura y escritura creativa coordinado por Bárbara Alí y Roxana Molinelli

es único el cuerpo

(de Mónica Candia) Una vez más recorre rincones perdida mira el cielo busca miradas lo toma, lo balancea, lo llora golpea y ...