(De Fernando Antón)
Suele suceder que hay personas que parecen ir
a otro ritmo. Se las ve por las calles, en las oficinas, en el transporte
público. No se sabe bien por qué, pero en cuanto los miramos notamos que el
tiempo alrededor de ellos transcurre de otra forma. Mientras nosotros nos
adaptamos al ritmo que nos impone, el tiempo se adapta al ritmo de estas
personas, es desarticulado y rearmado como los juegos con ladrillos en la
infancia. ¿Hay relación entre la edad y el sentir del paso del tiempo?
Hay que tener un poder de observación un poco
más profundo que la media. Hay que saber mirar, eso si. Pero la recompensa que
dan estos seres, el placer visual, obra como un aliciente para aguzar la
mirada, para entrecerrar los ojos atentos a la espera del momento indicado. Al
mirar vemos una foto del pasado. El ensayo fotográfico es uno de los intentos
por captar y recrear lo que escapa a nuestros ojos. Lo que miramos es lo que
pasó segundos o millones de años antes. La luz de las estrellas que vemos todas
las noches viaja por el espacio, pero muchas de esas estrellas dejaron de
existir mientras su luz transita el cosmos hasta los ojos de quienes las miran.
Estrellas distantes que buscan en vano recuperar el tiempo perdido.
Dicen que a través de los cálculos de la
física teórica el tiempo puede ser doblado, estirado, cruzado de manera
diagonal. El tiempo no está disociado del espacio, ni de la palabra. Existen
tiempos que marcan distancias, tiempos verbales que hablan del pasado, relojes
biológicos, llamadas a tiempo, encuentros a destiempo, tiempo de exposición y
de descuento. Quizás hasta la palabra tempestad tenga que ver con eso.
Hay algo que es difícil de entender, pero una
vez que se comprende hace las cosas más fáciles. Todas las interpretaciones se
hacen hacia atrás, todo se conoce una vez que finalizó. Ningún paisaje se
repite mirando hacia atrás por la ventanilla del tren.
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