jueves, 28 de junio de 2018

Desplazamientos

(De Fernando Antón)

No se sabe muy que es lo que mantiene unido al universo en su constante expansión, porque a la vez que crece hacia afuera, también crece su fuerza hacia el centro. Hay quienes piensan que es un movimiento de expansión y contracción constante, pero no un equilibrio. Lo mismo que con las mareas en la tierra. Me es inevitable pensar en las relaciones o en las personas que nos gustan, ¿Qué expande ese deseo? ¿Qué lo contrae?
Johannes Kepler nació en 1571 y las observaciones que hizo del cielo, del movimiento de los planetas, fueron fundamentales para la creación de la ley que rige el movimiento de los mismos alrededor del sol. Una historia no del todo chequeada le asigna a Kepler un rasgo poético y también carga su descubrimiento de esa neblina que supone el amor y su contracara.
Kepler llega a Praga en el 1600, luego de que un decreto expulsara a los protestantes de Alemania. En Praga comienza a sistematizar y dar forma a sus observaciones. Según se comenta las primeras observaciones del cielo nocturno las hizo durante largas caminatas por la ciudad. Lo imagino caminando sobre los puentes, mientras el calor de la respiración se dibujaba en el aire frío. Supongo el ruido de los zapatos al golpear contra las calles de piedra mientras la mirada atenta se posaba sobe las estrellas. Caminaba con pasos sin rumbo mirando el cielo, ambas manos guardadas en los bolsillos. El ladrido de los perros lo mantenía unido a la realidad mientras que divagaba fórmulas matemáticas. Por las noches, luego de cenar, Kepler iba al parque y se tumbaba en el pasto. Las noches de claridad veía las estrellas y la luna y memorizaba sus posiciones, que con el tiempo notó cambiantes pero con un patrón que se repetía. Durante el día trabajaba en darle teoría y carácter científico a sus observaciones. Intentaba poder armar un modelo matemático que explicara el patrón del comportamiento de los astros en sus órbitas. Un día, como los hombres que miran al cielo en vez de mirar sus pies, Kepler descubrió lo que buscaba. “¿Si los planetas son lugares imperfectos, ¿por qué no han de serlo las órbitas de los mismos?”
La parte poética del relato sobre el descubrimiento tiene que ver con el motivo de las caminatas nocturnas. Kepler estaba dejando ir el amor por su esposa. Estaba en camino de conocer a la mujer con la que se casaría en 1606. ¿Quién sabe si no la conoció en alguna de sus caminatas? ¿Quién sabe si no rozaron sus miradas cuando distraídamente miraban hacia el cielo?. Kepler era profundamente religioso, de hecho, pensó que en sus descubrimientos había encontrado a Dios en la astronomía. La separación o la muerte del amor debió ser un hecho profundamente traumático. Kepler no podía dormir, y por eso salía a caminar todas las noches.
La repetición de sus caminatas y sus encierros diurnos hicieron que gran parte de la sociedad de Praga lo tomara por loco. En sus últimos años de vida, desacreditado, había comentado que “las mareas venían motivadas por una atracción que la luna ejercía sobre los mares”. Se atribuyó a su demencia la afirmación que sería siglos después comprobada y que hoy es algo que se explica en las escuelas primarias.
En 1604 vió una supernova por primera vez. Aventuró que el universo no era estático sino que estaba en constante cambio y expansión, lo que era revolucionario para esa época. Ninguna supernova posterior ha sido observada dentro de nuestra propia galaxia.
Las leyes de Kepler permiten entender hoy el movimiento de todos los planetas. La unificación de las 3 leyes principales la denominó Ley Armónica. Algunos de sus libros tienen nombres hermosos como: El sueño o La astronomía de la luna, Strena, sobre el copo de nieve hexagonal, La nueva estrella en el pie de Ophiuchus, El misterio cósmico, y La armonía del mundo.
Quizás todo hay sido posible por un amor que lo invitaba a caminar de noche.


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