Hace frío y nieva. En el horizonte solo
pueden verse los copos caer, algunos árboles y la ruta que va cubriéndose de a
poco. Dentro del auto se está bien. La calefacción prendida, Pearl Jam, y la
charla amena sirven para mitigar la distancia y las horas viajadas. Se quieren.
No llevan mucho tiempo queriéndose pero cada uno siente que está a punto de
decir el primer “te amo”. Sí llevan mucho tiempo conociéndose, lo que supone en
un principio que hay cierto margen de elección en el sentimiento tan fugaz y
particular del amor.
Cada tanto paran a cargar agua caliente.
Es difícil conseguir dispensers en Suecia pero se las arreglan con el agua casi
hirviendo de la máquina de café o gracias a la buena voluntad de algunos
suecos, inmigrantes o turistas que saben qué es un mate. Ser argentino en
Europa es tener que explicar el mate. No tanto en los lugares más habituales.
En España o en Italia no se hace presente la sensación de ser observado y
escrutado. En otros países es bien distinto. En Portugal les habían dicho que
“ahora la policía no estaba parando para preguntar” porque ya sabían lo que el
mate era.
Lo interesante de los viajes es que
comienzan pero no se sabe cuándo terminan. Pensaban eso. Decidieron irse a
probar suerte porque acá los estaba corriendo el desempleo y la crisis
económica. Desempleo y crisis económica. Palabras siempre presentes en toda
crónica de argentinos en fuga. Ella decía que ser argentino es estar siempre
huyendo de algo. Ella siempre huía. A él le gustaban los lugares cómodos, el
abrazo a la noche en la cama, el conteo de los lunares. Podía quedarse a vivir
en esos momentos.
Una excusa. Una beca para estudiar un
cuatrimestre afuera los empujó. Él escribía crónicas que luego freelanceaba.
Ella era camarera, cuidaba chicos, sacaba fotos, escribía. Así habían alquilado
un auto en Suecia, mientras la E65 se cubría cada vez más de nieve.
Se reían mientras discutían teorías sobre
la extinción de los dinosaurios. Glaciación, catástrofe climática, impacto de
meteoritos, aliens, cualquiera de las alternativas fueron sopesadas y
discutidas. Notaron que no había pájaros. Se preguntaron a dónde iban los
pájaros suecos cuando llegaba el invierno. Luego recordaron que hay mayor
similitud y compatibilidad entre las aves modernas y los dinosaurios. Hablaron
de Saer, de Bolaño, de Houllebecq. Ella defendía Las Partículas Elementales por
sobre El Mapa y el Territorio. Él Sumisión. Tenían ahí un punto de diferencia
entre tanta similitud y afinidades electivas.
-Todo está en Las Partículas Elementales.
¿Habiendo tantos mundos, por qué solo explorar uno solo?- decía ella y eso lo
fascinaba. Sintió amor la vez que la escucho decir que las coincidencias
aparecen para abrir mundos, que funcionan para que haya algo nuevo a lo que
prestarle atención. A partir de ese momento prestó más atención y la empezó a
verla. Notó la manera de caminar, escuchó su risa, sintió su cercanía aun
cuando no podían estar juntos. De una lectura de Wole Soyinka extrajo su frase
de cabecera: moverse es estar en contacto con los dioses. Leyó eso el mismo día
que la conoció.
Muchas veces ella se llevaba cosas suyas.
Lo hacía cada vez que se retiraba, que huía. Así eran sus embestidas, como un
oleaje. Tuvieron que aprender a ceder y esperar la calma, al igual que los
marineros de esos pueblos pesqueros del Cantábrico. Quizás en ese desgaste, en
la erosión fueron dándose la forma que hoy tienen. Hay una diferencia vital
entre arriesgarse y ponerse en riesgo, entre elegir por qué cosas luchar, y por
cuáles no, cuáles decisiones o caminos expresan deseo y valor, y cuáles hablan
del miedo y la huida. En ese camino se quedaron con la primera variante, con
decisiones que hablan del querer, de sus intenciones.
La ruta helada les permitía afrontar
juntos momentos de soledad. Instantes en los que en silencio miraban hacia
afuera del auto y se perdían en el paisaje nevado. Los esperaba el Báltico,
luego de pasar por Ystad, por los lugares donde transcurrían las novelas de
Henning Mankell, donde la Suecia idílica se convertía en real. El fin del camino.
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