martes, 26 de junio de 2018

Herida

(De Marcela Muschietti)


Un mapa opaco y preciso
improvisa sus contornos en el cemento frío.
La sangre gira enorme, perfecta,
y lastima los ojos encendidos de los que ya no juegan.
En el círculo de bocas apretadas que acompañan la escena,
un temblor crece, empuja y las desborda.
Las caras que habitan el instante, lo pueblan de aullidos silenciosos.
El padre corre en la noche antigua, ya sin nombre. Parece no saber.
Sostiene el cuerpo pequeño que cuelga casi anestesiado,
un cuerpo que se parece al mío.
Resuena el lenguaje ajeno que las dos aprendimos.
Las palabras de nuestros dialectos se cuelan en el aire pesado, como la arena se
nos metía entre los dedos.
La herida va destejiendo la complicidad salina de las risas.
¿Estallará también la estrategia que el mar urdió para nuestros juegos?
El padre grita su nombre, ya sin noche. Parece no saber dónde.
Lleva un cuerpo que se parece al mío,
pero yo soy la que mira y no llora.




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